La vivienda indígena en la Península de Yucatán
Análisis del impacto urbano y turístico en la cultura maya, y cómo esta se resignifica a través de la vivienda y la identidad.
Benjamín Rojas
7/12/20244 min read
Uno de los principales motivos para realizar este ensayo es la observación de dos fenómenos previos al presente estudio. El primero es la tendencia de una parte significativa de la población mexicana a menospreciar y discriminar a los pueblos indígenas en contextos urbanos, fuera de su entorno cultural. Este comportamiento evidencia actitudes racistas, alimentadas por la ignorancia y la falta de información sobre su cosmovisión y forma de vida. Es fundamental comprender que la diferencia no implica inferioridad.
Complementando lo anterior, Lilian Scheffler (1993) señala:
“Desgraciadamente, los actuales descendientes de los indígenas prehispánicos siguen siendo explotados, en ocasiones maltratados, y sobreviven bajo una economía de subsistencia, aunque aún conservan sus propios patrones culturales. Estos, muchas veces, son ignorados por el resto de la población del país, que ni siquiera es consciente de su existencia como grupos distintos entre sí, manifestando desprecio, desconocimiento y falta de respeto hacia los integrantes de los grupos más auténticos de México”.
El segundo fenómeno se aprecia especialmente en la Riviera Maya, donde se presenta una aparente contradicción respecto a la actitud anterior. En esta región, se observa una marcada admiración por los antepasados mayas, reconocidos por sus obras arquitectónicas y centros ceremoniales, así como por las viviendas tradicionales, aún vigentes y valoradas por su funcionalidad y simbolismo.
Partiendo de esta observación sobre la vivienda, Amos Rapoport (1972) afirma:
“El ambiente físico del hombre, especialmente el edificado, no ha sido controlado por el diseñador y sigue sin serlo. Este ambiente es el resultado de la arquitectura vernácula (popular, folk) y ha sido ignorado tanto por la historia como por la teoría de la arquitectura. […] El interés pasó de los templos, palacios y tumbas a la ciudad entera como expresión de una cultura y de un modo de vida, aunque la casa, la construcción vernácula más típica, haya sido frecuentemente desestimada”.
Esta situación nos lleva a una primera reflexión: en el campo de la arquitectura, el profesional debe adoptar una mentalidad más abierta y empática, recordando que una de sus funciones es interpretar las necesidades habitacionales. En otras palabras, debe fungir como vínculo entre las personas y su entorno construido, integrando la concepción cultural del uso del espacio con la creación arquitectónica contextual.
A partir de esta reflexión y los fenómenos descritos, se decidió realizar un análisis en la Península de Yucatán, donde la cultura maya aún se manifiesta de manera cotidiana en la religión, costumbres, gastronomía, vestimenta y, de manera muy visible, en la vivienda.
Cabe destacar que, en el sur del país, la población maya se concentra mayormente en las ciudades, representando el 46% del total. Esto indica que la denominada “zona maya” se encuentra en proceso de transformación, desplazando su identidad hacia los centros urbanos, en un fenómeno de reterritorialización étnica (INEGI, 2016).
Asimismo, se ha observado el auge del turismo desde dos frentes: la Riviera Maya y las zonas arqueológicas. La primera ha sido objeto de fuertes inversiones gubernamentales con el fin de convertirla en un emporio turístico durante la última década.
Este crecimiento acelerado ha traído consigo una serie de problemáticas propias de las ciudades en desarrollo: demanda de vivienda, transporte, servicios, equipamiento urbano y desafíos medioambientales.
En este contexto, se ha dado un desplazamiento étnico impulsado por el turismo. Los empleos derivados de esta actividad —guardias de seguridad, vendedores, cocineros, meseros, maleteros, personal de mantenimiento, jardineros, albañiles, entre otros— se han convertido en una estrategia de subsistencia. Como menciona Dalia Ceh Chan (2008), muchos habitantes recurren a estas labores ante la degradación del suelo y la imposibilidad de aprovecharlo para la agricultura. Así, buscan mejorar su calidad de vida enfrentando un desarrollo económico y social desigual.
Este movimiento ha colocado a los mayas contemporáneos en un entorno multicultural, donde el estrés cotidiano repercute en su identidad y forma de vida. Al integrarse a la economía formal y al turismo, su identidad es continuamente resignificada. Marshall Sahlins (1988) explica:
“Las negociaciones y formas de resignificar la cultura se manifiestan en los nuevos espacios sociales que constituyen lugares de cruces culturales. La cultura puede imponer condicionantes al proceso histórico, pero estos se reformulan en la práctica material, convirtiendo a la historia, bajo la forma de sociedad, en la realización de los recursos reales que el pueblo pone en juego”.
Un claro ejemplo de este proceso se observa en la vivienda: ante la falta de espacios que respondan a sus necesidades, los habitantes transforman la tipología urbana, generando una nueva identidad arquitectónica. Entre estas adaptaciones destacan las techumbres de palapa como extensiones del hogar, la instalación de huertos en patios traseros o el cambio de uso de ciertos espacios domésticos.
Es importante mencionar dos conceptos planteados por Carmen Morales (2008):
La fractura cultural, que alude a la pérdida de valores, creencias y elementos materiales no adoptados por las nuevas generaciones.
La falacia de lo maya, que ocurre cuando, en el ámbito turístico, se representa de forma arbitraria o falsa la cultura indígena con fines comerciales.
Las tradiciones, expresiones, danzas, rituales y demás manifestaciones culturales, al transmitirse de generación en generación, fortalecen la identidad. Este patrimonio intangible reside en la mente humana y se mantiene vivo a través de su constante recreación.
Algunas expresiones culturales se vuelven más vulnerables a desaparecer en el entorno urbano, mientras que otras se fortalecen y se integran al estilo de vida moderno. J.C. Robertos (2008) observa que es común encontrar elementos de la cultura maya en hoteles y residencias, como vasijas, esculturas, glifos o techumbres de palapa, lo cual evidencia la vitalidad de esta cultura, capaz de adaptarse incluso a contextos tan globalizados como el de la ciudad de Mérida.
Este proceso de resignificación cultural inicia cuando dos culturas entran en contacto y sus miembros interactúan. En ese momento surgen elementos culturales híbridos, fruto de una tensión constante. Este fenómeno es clave para entender cómo la cultura maya no solo resiste, sino que se transforma y proyecta hacia el futuro.
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