Género, familia y roles en el espacio habitado

Más que un refugio, la vivienda maya es un espacio social y simbólico donde se articulan roles de género, saberes cotidianos y prácticas rituales que mantienen viva la cultura del hogar.

Benjamín Rojas

8/22/20255 min read

La vivienda tradicional maya, además de ser un espacio físico, constituye una estructura social que refleja y reproduce roles de género, vínculos familiares y jerarquías comunitarias. El análisis de la vivienda no puede separarse de los patrones culturales que organizan la vida cotidiana en torno al género, la edad y la función social de cada individuo dentro del hogar.

Según Ayllón Trujillo y Nuño Gutiérrez (2008), el espacio doméstico está dividido funcional y simbólicamente en zonas que reflejan las tareas asignadas a hombres y mujeres. Por ejemplo, el fogón y la cocina son espacios tradicionalmente femeninos, asociados no sólo a la preparación de alimentos, sino a la transmisión de conocimientos, valores y afectos. Es en ese entorno donde se entreteje gran parte de la cultura oral y donde se fortalece el papel de las mujeres como cuidadoras del linaje y la alimentación.

Por otro lado, las actividades vinculadas a la construcción, la agricultura y la gestión del solar suelen estar asociadas al rol masculino, aunque en la práctica existe una colaboración constante y flexible, especialmente en contextos de autoconstrucción. Esta distribución no es rígida, sino que responde a ciclos de vida, necesidades familiares y transformaciones sociales que han ampliado el margen de acción de mujeres y jóvenes en múltiples ámbitos del hábitat.

Sánchez Suárez (2022) señala que, en muchas comunidades, las decisiones sobre la ubicación de la vivienda, el diseño del solar y la organización interna del espacio son tomadas de manera colectiva por la familia extensa. Esto refuerza la idea de un hábitat no individualista, sino relacional, donde cada miembro participa según su edad, género y experiencia.

Además, los rituales que acompañan la construcción, el mantenimiento y la consagración de la casa suelen tener una dimensión comunitaria y de género. Las mujeres desempeñan un papel central en las ceremonias relacionadas con la alimentación, la fertilidad y la protección espiritual del hogar. Los hombres, por su parte, se encargan de aspectos vinculados a la orientación, cimentación y techado, siguiendo los lineamientos del conocimiento ancestral.

Gilabert Sansalvador (2020) agrega que las nuevas configuraciones familiares, el acceso a la educación y el incremento de mujeres liderando procesos comunitarios están generando cambios en el uso y apropiación del espacio doméstico. Las viviendas se adaptan a nuevas formas de convivencia, donde coexisten hogares nucleares, extensos y reconstruidos, desafiando las nociones tradicionales sin perder el sentido colectivo del habitar.

Reconocer la dimensión de género en la vivienda tradicional maya no solo permite una lectura más rica y matizada del espacio habitado, sino que también visibiliza las contribuciones de las mujeres en la reproducción del hábitat, el conocimiento ecológico y la cohesión cultural. Esta perspectiva es fundamental para diseñar políticas de vivienda con enfoque de género y respeto a las estructuras sociales locales.

El lavado de trastes se realiza en los mismos recipientes utilizados para el acarreo de agua. El primer enjuague de los utensilios de cocina se destina a la alimentación de los cerdos, y posteriormente los trastes se pasan a las cubetas de lavado. Se emplea la menor cantidad de agua posible, auxiliándose con medios calabazos (jícaras).

El aseo de la ropa se lleva a cabo en bateas de madera, colocadas a una altura similar a la de cualquier lavadero convencional y situadas a la sombra para mayor comodidad.

El baño es una práctica cotidiana para todos los miembros de la familia. Se utiliza agua tibia, transportada en cubetas, y se vierte con las mismas jícaras que sirven para el lavado de trastes. Por esta razón, el espacio destinado al baño se encuentra simbólica y funcionalmente más vinculado a la cocina que a cualquier otro recinto de la vivienda. El agua utilizada escurre libremente hacia el exterior y se infiltra en el subsuelo, cuya alta permeabilidad impide el encharcamiento.

La conformación calcárea del suelo de la península yucateca no permite la formación de corrientes superficiales, ya que la lluvia se filtra rápidamente hasta alcanzar capas impermeables. Esto da origen a mantos acuíferos y ríos subterráneos, localizados a unos cinco metros de profundidad en el norte de la península y hasta treinta en el sur. El pozo, con su característico pretil, forma parte esencial del entorno doméstico.

En las zonas donde la erosión interna ha generado cavernas o aberturas de gran tamaño, los conocidos cenotes, se encuentran las mayores fuentes de aprovisionamiento de agua. El líquido se extrae de estos cuerpos mediante poleas o cuerdas, con relativa facilidad.

En la cocina se ubica el fogón tradicional, compuesto por tres piedras. No se utilizan más de tres, ya que agregar una cuarta se interpretaría como un símbolo de desequilibrio cultural: las tres piedras representan a la mujer, mientras que el hombre está simbolizado por las cuatro esquinas de su milpa. Cada objeto en la vivienda conserva así un valor simbólico y cultural específico.

Las vasijas, recipientes, bateas y lees con alimento se cuelgan dentro de la cocina. La mayoría de los utensilios para cocinar y servir son actualmente de peltre o aluminio, desplazando progresivamente al barro cocido. Para conservar las tortillas (lec) o transportar líquidos a la milpa (chú), se siguen usando calabazos, aunque ya comienzan a ser sustituidos por recipientes de plástico.

La mujer no trabaja hincada, sino sentada, aunque lo hace al nivel del kobén (fogón), respetando la postura tradicional asociada a su rol doméstico.

Para dormir y descansar, se utiliza invariablemente la hamaca. Durante el día, si no se va a usar, se cuelga para liberar el espacio. En ocasiones, es la propia ama de casa quien confecciona las hamacas de la familia.

En cada vivienda hay una mesa destinada a altar doméstico, donde se colocan imágenes y santos de devoción, acompañados de flores, velas y veladoras, sobre un mantel blanco bordado, que realza su carácter sagrado y ceremonial.

Otras actividades fundamentales realizadas en la vivienda tradicional maya incluyen la preparación de alimentos a base de maíz, como tortillas, atoles y tamales, que implican procesos como el nixtamalizado, el molido del maíz en el metate, y la cocción en comales de barro o planchas metálicas. La elaboración del pozol, una bebida refrescante y energética, también forma parte del quehacer cotidiano.

El hilado y tejido con telar de cintura, aunque menos frecuente actualmente, ha sido una actividad tradicional de las mujeres, transmitida por generaciones. En algunos hogares aún se confeccionan prendas, fajas y bordados que forman parte del atuendo ceremonial y diario.

Asimismo, se realizan actividades artesanales como la cestería, el trenzado de bejuco o palma, y la elaboración de objetos de madera o piedra, tanto utilitarios como rituales.

El cuidado del solar es otra labor cotidiana, que incluye el mantenimiento del huerto familiar (k’óol), la alimentación de los animales de traspatio (gallinas, pavos, cerdos), y la recolección de plantas medicinales o comestibles.

La vivienda también funciona como espacio de transmisión oral, donde se cuentan historias, se enseñan prácticas culturales, y se celebran rituales familiares como rezos, ofrendas o festividades comunitarias relacionadas con el calendario agrícola y religioso.