De Toyo Ito a los Artesanos: La sencillez genial de Óscar Hagerman

Óscar Hagerman, arquitecto de alma humilde y visión transformadora, encontró en Yucatán un lienzo para su arquitectura participativa. Su trabajo, forjado en el diálogo con comunidades y artesanos, trasciende lo material para dignificar la vida.

Benjamín Rojas

3/24/20253 min read

Óscar Hagerman ha marcado de manera permanente el paisaje arquitectónico de México con su enfoque humanista y participativo. Su obra, impregnada de una sensibilidad única hacia las necesidades de las comunidades, especialmente las más desprotegidas, halla en Yucatán un reflejo claro de su filosofía: la arquitectura como un himno a la vida, nacida del pueblo y para el pueblo.

Mi admiración por su legado se origina en su capacidad transformadora. En una región como Yucatán, donde las construcciones de bajareque, palma y madera han sido históricamente protagonistas, Óscar Hagerman abogó por abrazar estos materiales en vez de reemplazarlos por alternativas industriales como el concreto o el acero. Esta elección no solo responde a una lógica ecológica, sino que encarna una ética de inclusión: empoderar a las comunidades al permitirles edificar sus propios espacios con lo que tienen a mano. Así, sus proyectos se entrelazan con el entorno yucateco —desde las selvas hasta las costas— sin imponer una estética ajena o desarraigada.

En Yucatán, Óscar Hagerman descubrió un lienzo perfecto para plasmar su idea de las "casas acariciadoras". En este estado, su trabajo destaca por proyectos que van más allá de lo estético, tejiendo principios de sustentabilidad, comunidad y funcionalidad. Su interés por colaborar con las comunidades indígenas mayas, empleando materiales locales y técnicas ancestrales, se hace evidente en iniciativas más sutiles, como el diseño de mobiliario y equipamiento para espacios educativos o colectivos. Este enfoque no pretende imponer soluciones foráneas, sino conversar con los habitantes para dar forma a espacios que reflejen su identidad y sus anhelos.

Uno de los capítulos más brillantes de su paso por Yucatán fue su vínculo con la Universidad Marista de Mérida, donde tuve el privilegio de reencontrarlo y colaborar con él durante varios años en clases. Desde los años noventa, Óscar impartió clases y talleres en esta institución, que se transformó en un semillero para su visión de la arquitectura participativa. A través de estas experiencias, no solo educó a estudiantes, sino que involucró a artesanos y comunidades locales en procesos creativos, generando un flujo de saberes que enriqueció tanto sus diseños como la vida de quienes los habitan. Este método encarna su convicción de que la arquitectura y el diseño deben ser un servicio —no un mero alarde estético— y que su esencia radica en dignificar a las personas.

Su labor educativa no se limitó a las aulas universitarias, sino que se reflejó en múltiples comunidades. Al liderar talleres para artesanos, Hagerman no solo transmitió técnicas, sino que también cultivó el aprecio de las personas locales. Este enfoque pedagógico subraya su convicción de que el diseño debe surgir de un diálogo entre el arquitecto y la comunidad, un principio que resuena con la tradición colaborativa de las culturas indígenas de la península. Así, su paso por Yucatán fue más allá de la creación de objetos o estructuras; plantó una semilla de empoderamiento a través de la arquitectura y el diseño.

Su visión trasciende lo constructivo y reimagina cómo entendemos el diseño. Defendió una arquitectura y un mobiliario que "cantan a la vida" de quienes los usan, ofreciendo soluciones prácticas y replicables que inspiran a nuevas generaciones de creadores. Su legado, tanto en Yucatán como en todo México, nos invita a repensar el papel del arquitecto: no como un autor solitario, sino como un mediador de sueños compartidos. Así, Óscar se define como un "diseñador feliz", cuya mayor alegría yace en el cariño y el reconocimiento de aquellos a quienes sirvió.

Hoy, me detengo a recordar un instante que me une a Óscar. Fue durante una conferencia del arquitecto Toyo Ito en la Universidad Marista. Mientras escuchábamos, percibí que, en ciertos momentos, Toyo Ito posaba su mirada sobre nosotros. Al terminar, bajó del estrado y caminó directo hacia Óscar para saludarlo. Con una sonrisa, le dijo que era un honor hablar ante arquitectos como él. Luego, se retiró con los demás colegas. Yo, sorprendido, presencié todo, admirado de que un ganador del Premio Pritzker tratara a mi maestro con tal cuidado. Emocionado, le dije: "¡Maestro, Toyo Ito vino a saludarlo!". Óscar, con su humildad de siempre, me contestó: "Benjamín, ¿qué te extraña? Al final, todos cagamos…".

Entre lecciones de sencillez y diseños que abrazan la existencia, Óscar Hagerman dejó en mí una marca imborrable. Su grandeza no solo yace en su obra, sino en su habilidad para mostrarnos que la arquitectura es un gesto de amor hacia los demás. Grande mi Maestro.