Autoconstrucción, transmisión de saberes y pedagogía del hábitat

A través de la autoconstrucción, se fortalece la identidad cultural, se enseña a habitar con respeto al entorno y se afirma una forma de vida sostenible, resistente frente a modelos estandarizados.

Benjamín Rojas

9/12/20254 min read

La vivienda tradicional maya es también el resultado de un sistema de conocimiento acumulado, transmitido y recreado a lo largo de generaciones. Lejos de depender de expertos formales, el proceso constructivo en las comunidades mayas es una práctica colectiva que involucra a la familia extensa, los vecinos y los mayores de la comunidad, quienes fungen como guías y depositarios del saber técnico y simbólico.

Sánchez Suárez (2022) enfatiza que la autoconstrucción no se limita a una solución económica, sino que constituye una forma de autonomía cultural y una pedagogía viva del territorio. A través de la práctica del construir, los más jóvenes aprenden técnicas y materiales, así como valores como la cooperación, el respeto a la naturaleza, el sentido de pertenencia y la conexión con los ancestros.

Román y Pinzón (2012) explican que esta transmisión de saberes no ocurre en espacios formales de enseñanza, sino a través de la observación, la repetición ritualizada y la experiencia directa. Cada parte del proceso (desde el corte de la palma hasta la colocación del techo) es una lección práctica, cargada de significado. Las mujeres, por ejemplo, enseñan a sus hijas cómo preparar el barro o colocar los objetos rituales; los hombres muestran a los jóvenes cómo levantar los muros o anclar los postes centrales.

Este sistema de aprendizaje intergeneracional fortalece la identidad cultural y asegura la continuidad del hábitat como patrimonio vivo. Además, permite la innovación sin ruptura: muchas comunidades adaptan nuevas tecnologías o materiales sin perder la lógica constructiva ni el sentido simbólico del habitar.

Para muchas familias, el uso de nuevos materiales no significa una renuncia a su identidad cultural. Como observa Sánchez Suárez (2022), mientras se conserve la organización del espacio, el calendario agrícola y las prácticas rituales asociadas, la vivienda sigue siendo maya, aun si sus muros ya no son de bajareque o su techumbre no es de palma. La identidad arquitectónica se mantiene más en la lógica de uso que en la forma estricta.

La UADY (2015) ha documentado experiencias comunitarias en las que la autoconstrucción ha sido un espacio de revalorización del conocimiento local, incluso en contextos de reconstrucción post-desastre. Estos procesos refuerzan la capacidad organizativa y el tejido social, al tiempo que empoderan a las comunidades para gestionar su propio desarrollo habitacional.

Arquitectos comunitarios, colectivos de bioconstrucción y líderes locales están promoviendo proyectos donde se recuperan técnicas como el bajareque, el uso de cal, la orientación solar y el diseño del solar productivo, adaptándolos a nuevas necesidades como la inclusión de baños secos, sistemas de captación pluvial o módulos sanitarios. Estas iniciativas responden a criterios culturales, así como a exigencias ecológicas y económicas.

Gilabert Sansalvador (2020) destaca que el reconocimiento institucional de estos saberes permitiría su incorporación en programas de formación técnica, en universidades y centros de capacitación, generando un diálogo entre la arquitectura académica y la arquitectura vernácula. Asimismo, plantea la importancia de sistematizar estos conocimientos en formatos accesibles, como manuales, videos o exposiciones itinerantes.

La permanencia de la vivienda indígena maya también puede leerse como una forma de resistencia frente a modelos de vivienda masiva y homogénea promovidos desde el Estado o el mercado inmobiliario. La imposición de casas de interés social sin pertinencia cultural ni adaptabilidad climática ha demostrado ser poco funcional en muchas regiones mayas, generando espacios inhabitables, costosos de mantener y culturalmente ajenos.

En contraste, la vivienda tradicional se adapta mejor al entorno, requiere menos energía para su funcionamiento y está cargada de sentido para quienes la habitan. Esta resistencia arquitectónica es también una resistencia simbólica y política: habitar una vivienda maya hoy es afirmar una continuidad civilizatoria frente a las presiones de la modernidad estandarizada.

Como menciona Sánchez Suárez (2022), “la casa maya no ha desaparecido; se transforma y permanece, porque su raíz está viva en el corazón de las comunidades que la siguen construyendo, habitando y soñando”.

Desde el punto de vista técnico, la arquitectura doméstica maya ofrece lecciones valiosas sobre sostenibilidad, eficiencia energética y adaptación climática. El uso de materiales naturales de bajo impacto, la orientación solar, la ventilación cruzada y la renovación periódica de elementos constructivos son prácticas que pueden ser integradas, reinterpretadas o adaptadas en la arquitectura contemporánea.

Más allá de lo técnico, esta vivienda transmite una ética del cuidado, del equilibrio y de la pertenencia. Cada componente del solar tiene una razón de ser; cada acción (desde sembrar un árbol hasta colocar un horcón) está cargada de intención, de conocimiento y de memoria. Esta lógica sensible contrasta con las tendencias de diseño desvinculadas del lugar, del clima y de las personas.

En conclusión, la autoconstrucción y la transmisión de saberes constituyen un eje fundamental de la vivienda maya tradicional. Son prácticas que integran pedagogía, técnica, espiritualidad y cohesión social, y que deben ser reconocidas como parte esencial del derecho a un hábitat digno, sostenible y culturalmente significativo.